Himalayismo: Un capitalismo poco sostenible.

Entramos en desescalada del COVID-19 y el esperado final del largo estado de alarma del que nos ha tenido a muchos sin poder realizar las actividades de montaña que tanto nos gustan, pero es que la situación no ha sido para menos durante una pandemia que ha hecho, y aún está haciendo estragos en la salud de la población mundial. Esperemos que las vacunas lleguen a todos los rincones del planeta y que no impere el característico egocentrismo típico de la codicia humana.

Durante el invierno hemos visto casi en directo, pero desde la distancia, todas las noticias que nos llegaban del K2 (Chogori en idioma Baltí), así como conseguían ascender por primera vez a su cumbre en invierno un grupo de diez Nepalíes, de los cuales uno (el famoso Nirmal Purja) ascendió sin oxígeno suplementario. La parte más negativa de esta temporada invernal al K2 ha sido la muerte de Sergi Mingote y Georgiev Skatov por accidente y la desaparición de Juan Pbalo Mohr, John Snorri y Ali Sadpara en su intento a cumbre sin oxígeno suplementario. Muchos debates y críticas han alimentado tertulias interminables sobre la ética en el estilo de su ascensión, de si el uso del oxígeno suplementario ha facilitado la ascensión de Nirmal (aunque él no lo usara) y muchas más posturas sobre el estilo usado por el equipo sherpa. En fin, opiniones para todos los gustos, pero todas ellas desde los cómodos sofás y el confort de las calefacciones de nuestros equipados hogares del mundo desarrollado... o eso dicen...

Otro tema es el de las expediciones al Himalaya de esta primavera en el Everest, Annapurna, Dhaulagiri y otras que posiblemente desconozcamos, pero que la mayoría de ellas giran en torno a las expediciones comerciales que se han adueñado de unos espacios que deberían estar protegidos y regulados, donde los campos base se parecen más a pequeñas ciudades con todo tipo de servicios y comodidades que a lo que su propio nombre las define, donde los helicópteros se han convertido en el transporte más habitual, ya sea para mercancías o para el transporte de personas.

A la rutina habitual de unos campos bases masificados de personas, donde se necesita gas, gasolina y generación de electricidad mediante grupos electrógenos (no creo que sea suficiente con cuatro placas solares) para abastecer las necesidades energéticas de tanta actividad humana, así como instalación de antenas y repetidores para las comunicaciones telefónicas, internet (posiblemente hasta 5G) y hasta wifi, para estar conectado con el mundo exterior y poder realizar las correspondientes entrevistas con medios de comunicación y difundir las noticias de las ascensiones, ya sean de la mujer o hombre de mayor edad, más joven, con mayor número de ascensiones, primera ascensión de su país, ciudad, comunidad, pueblo o hasta barrio... se debe añadir la multitud de trabajadores -sherpas- que se dedican a equipar la montaña con cuerda fija para minimizar el riesgo (no solo en las temidas grietas del glaciar del Khumbu), sino en montar una línea de vida hasta la misma cumbre de la montaña, que facilite y garantice la seguridad de los expedicionarios que suban. Trabajadores sherpas que portean material como oxígeno embotellado, montan las tiendas de los diferentes campos de altura, jugándose el físico cada día en unas condiciones laborales y de seguridad que ninguno de los que está allí instalado asumiría. Ni que decir tiene la ingente cantidad de residuos orgánicos e inorgánicos que son desechados al glaciar y abandonados en la montaña cada temporada.

A todo este circo mediático montado de forma artificial en uno de los lugares más bellos y aislados del planeta, esta temporada hay que añadir el Covid-19. Sí, ese virus que nos está complicando la existencia en todo el planeta, también la está liando en este aislado lugar, donde muchos expedicionarios han tenido que ser evacuados por estar contagiados. Tal vez habíamos pensado que en un lugar tan aislado y remoto, el virus no iba a llegar... 

Pero las PCR en Nepal corren más rápido que el virus, eso si, sin muchas garantías de fiabilidad, y es que a pesar de esos magníficos campos base con todas las comodidades y tecnologías, no hay que olvidar que Nepal es uno de los países más pobres del planeta, donde sus gentes aún viven del sector primario, excepto algunos afortunados que se juegan la vida para que los expedicionarios puedan ascender a sus grandes montañas, porteando unas botellas de oxígeno que seguramente harían mucha más falta para atender a los enfermos en los hospitales. 

En fin, así es el mal llamado turismo de altura y aventura, donde el capitalismo ha llegado para quedarse de forma definitiva en las montañas más altas y emblemáticas del planeta, llevando a cabo su habitual mercantilización en estos vulnerables entornos, que cierto es que producen riqueza para unos pocos y explotación para la mayoría.









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